Pablo Zelaya Huerta (36 años) cuenta con las dotes de un cóndor. Aún sin alas, saborea con cierta frecuencia el placer de conquistar algunas de las cumbres más elevadas. Y cuando se plantea un objetivo, no descansa hasta conquistarlo. “Llegar a la cima de una montaña es lo que me hace sentir vivo” confiesa. Así, este andinista tucumano acumula experiencias que lo posicionan entre los mejores de la actividad. Para demostrarlo basta su última experiencia: subió y bajó el Aconcagua (de 6.963 metros sobre el nivel del mar) en apenas 18 horas.
Durante la noche del 4 de enero, Zelaya Huerta partió desde Plaza de Mulas, el campamento base del Aconcagua, a 4.260 m.s.n.m, y encaró la montaña. Según relató, a la travesía la hizo solo, sin asistencia. Lo impulsaba un fin solidario: apoyar a la Fundación Espera por la Vida. La institución trabaja promoviendo la donación de médula ósea a pacientes que necesitan ser trasplantados. Zelaya Huerta es donante.
El tiempo en el que logró el ascenso y el descenso lo ubican en el quinto puesto de las expediciones más rápidas realizadas en el Aconcagua. En diciembre de 2014 fue el catalán Kilian Jornet quien batió el récord: subió y bajó el Aconcagua en 12 horas y 49 minutos. De esta manera quebró el tiempo de 13 horas con 46 minutos que había establecido en 2006 Jorge Egocheaga.
Hace tres años Pablo alcanzó la cumbre de la montaña más alta de Sudamérica en tres días. “En ese entonces se trató de un relevamiento de la ruta para emprender el proyecto que acabo de concretar sin problemas en enero pasado”, contó el andinista.
La meta máxima
Lo que para muchos puede ser una meta inalcanzable o el logro de su vida, para este deportista fue apenas un entrenamiento. Zelaya Huerta sostiene que escalar el Aconcagua es una manera de prepararse para su objetivo más importante: ascender los más de 8.000 metros que propone el desafiante Himalaya.
Pero antes tiene agendada otra expedición más cercana: trepar el cordón de los Nevados del Aconquija, con 11 cumbres de hasta 5.500 metros. “Lo voy a hacer a partir de la semana próxima y también iré solo. Es un desafío duro, pero uno aprende a marcarse límites, a saber hasta dónde avanzar. Siempre hay tiempo para tomar la decisión de volver. Además, voy con la idea de que abajo me esperan mis hijos”, razonó Zelaya Huerta. “Una cumbre o una meta no valen una vida”, agregó.
Entre sus proyectos también aparece una travesía de tres días a 4.000 metros de altura en el Salar de Uyuni (Bolivia). Además, durante la primavera regresará a Mendoza para volver a ascender el Aconcagua, por la cara oeste. También en esa provincia se aventurará por el Cordón de Plata, con tres cimas de hasta 5.400 metros. “Me siento cómodo en las alturas, como si fuera de esos lugares. Mi línea de confort se mantiene hasta los 20 grados bajo cero. Arriba aprendí a disfrutar de la naturaleza y de la soledad” comentó.
Zelaya Huerta comenzó a hacer mountain bike a los 13 años. Luego se incorporó al Club Andino Tucumán (CAT). Ahí, con el impulso de su médico y amigo Manuel Parajón, comenzó a hacer montañismo. Desde entonces no se despegó nunca de esa actividad. Hizo cursos de formación en el sur del país y ahora tiene a su cargo una escuela con montañistas que también lograron conquistar el Aconcagua. “Es un placer vivir de este deporte. Siempre estoy pensando en él, en tratar de mejorar. Aunque las cumbres no te dicen nada ni te hacen mejor persona, te forjan el temple y contribuyen a tengas una mejor calidad de vida”, apuntó. De todos modos, advirtió que las verdaderas cumbres de su vida son sus hijos.
Riesgos y preparación
El andinismo siempre fue visto como una actividad de alto riesgo. “Eso es así -argumentó- porque se desconoce que hay un plan de actividades graduales que facilitan la accesibilidad a las alturas, como el senderismo y los ascensos a media montaña”.
¿Entonces, por qué el Aconcagua registra un promedio de seis andinistas muertos por año? “Al ser el techo de América atrae la atención de miles de turistas. A muchos de estos uno les llama ‘andituristas’. Pagan un ticket de ingreso al Parque Aconcagua y luego un servicio de empresa que, por unos $25.000, les brinda asistencia para los ascensos. El 90% son personas que no conocen el tipo de preparación que se necesita; desconocen con qué deben alimentarse y otros detalles que contribuyen al éxito del desafío”, especificó. Para su último ascenso al Aconcagua recurrió a una alimentación líquida a base de proteínas y carbohidratos. Eso le permitió un mejoramiento sensible de su rendimiento.
Una pasión en números
18
horas le tomó a Pablo Zelaya Huerta subir y bajar el Aconcagua.
6.962
metros de altura tiene el Aconcagua, la montaña más alta de América.
4.260
metros es la altura de Plaza de Mulas, donde arrancó el ascenso.
8.848
metros es la altura del monte Everest, el más alto del mundo.